Tras reponernos del
segundo gran golpe, en este tercer tratamiento sí pudimos empezar
directamente con la siguiente estimulación y el 23 de febrero de
2015 comenzamos con los pinchazos.
Esta vez, quizás
porque nos tocó otro ginecólogo o porque fue mal, sí recibimos
alguna información más. Los folículos no acababan de madurar y
tuvimos que retrasar la inseminación tres días más, pero se
programó todo sin verificar que estaba correcto y finalmente el 9 de
marzo mi doctora favorita (nótese la ironía) me dijo que se había
realizado sin que aún hubiese ovulado (genial, porque además esta
vez sí que me había dolido porque no sólo es brusca en su manera
de expresarse, y hasta una eco de control podía llegar a ser muy
dolorosa y sin avisar ni mostrar la más mínima empatía o
consideración), pero que no pasaba nada porque los espermatozoides
aguantan un par de días.
Nos “recetó”
relaciones programadas ese mismo día y el siguiente por la mañana
(nosotros insistimos un poco más las dos mañanas siguientes,
poniendo el despertador a las 6,30 porque tocaba trabajar después,
muy romántico todo...)
Lo raro es que la
doctora me dijo que siguiese con la medicación hasta el día 30
aunque me bajase la regla y que fuese a hacerme la prueba (antes
siempre decía que si bajaba la regla, dejase la medicación y
pidiese cita directamente), y que a los cinco días empezábamos el
tratamiento incluso sin esperar regla. Pienso que lo hizo por limpiar
algo su conciencia porque visto que la habían cagado sobre manera
haciendo la inseminación de esa manera, al menos quiso que a la
siguiente y última vez (la Seguridad Social en mi comunidad autónoma
sólo cubre cuatro inseminaciones artificiales) fuese todo más
rápido...
Tras la gran
chapuza, perdí toda la fe en el departamento, me sentí tan mal que
estuve a punto de abandonar, no podía más. Además coincidió con
el momento más crítico psicológicamente para mí. Me sentía
inútil como mujer, no le veía sentido a mi vida. La naturaleza me
negaba lo que más quería y que para tantas personas que no lo
“merecían” tanto como yo les venía dado sin ningún esfuerzo.
Sentía lástima de mí misma, rechazo, odio, asco... Sentía a todo
el mundo como mi mayor enemigo. Estaba al borde de la mayor de las
depresiones. Aún quedaba un intento de IA y no me sentía con
fuerzas para afrontarlo.
Quiero comentar,
para ser justa, que la persona que peor me lo ha hecho pasar ha sido
la jefa del departamento a la que llamo dra. Matanueras. Los demás,
sin ser la repera, fueron algo más atentos, al menos me miraban a la
cara, mostraban algo de empatía, trataban de resolver mis dudas
aunque escuetamente (la culpa quizás también era mía por no
insistir cuando me quedaba con dudas).
Sobre el personal de
laboratorio, salvo alguna raspilla, la que solía atendernos para
recoger la muestra y entregárnosla posteriormente era un encanto,
siempre intentando transmitir positivismo, siendo bastante cariñosa,
con una sonrisa en la cara. Mi más profundo agradecimiento a ella,
porque aunque a veces me hacía ilusiones por sus palabras, la verdad
es que ella hacía correctamente su trabajo, me informaba de la buena
calidad de las muestras y me deseaba la mejor de las suertes. Un
amor.
De las chicas de
farmacia, que es el lugar al que hay que acudir para recoger la
medicación, tampoco tengo la más mínima queja. Al contrario,
cuando explicaban el modo de administración de las inyecciones
fueron siempre muy atentas y agradables, además el último día que
fui allí a por medicación, ya en plena FIV, pedí permiso para
pegar el cartel que hice sobre la #Infertilpandy (que podéis ver al
pie del blog y que tenéis a vuestra disposición) y les pareció una
gran idea.
Tenían una caja de
bombones que alguna mamá agradecida les había llevado y me dijeron
que el mayor de los regalos para ellas era que les llevasen a los
bebés para conocerlos y que esperaba que pronto yo pudiese
presentarle también a mi retoñito. Un encanto.
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