Hace unas semanas hice llamamiento para poder mantener una conversación con una donante “arrepentida” con la intención de comprender por qué se sintió así después de donar y con un poco de miedo por no saber si iba a encontrar hostilidad y reproche, aunque era algo a lo que me quería enfrentar para ponerme en su piel y tratar de llegar juntas a ver qué debería mejorar en el proceso para que casos como el de ella no volviesen a producirse en la medida de lo posible.
Tengo que decir que me he encontrado con una mujer con la que he empatizado muchísimo, que expresa sus sentimientos a la perfección y, una vez más, este tipo de iniciativas me sirven para conocer a personas maravillosas de las que aprender desde el respeto y la escucha. Gracias.
Jessica nos cuenta que donó por primera vez con 19 años. Ahora tiene 34 y está a punto de dar a luz a su primera hija, fruto de una FIV, cosa en la que profundizaremos a continuación.
Conoció la opción a través de carteles que vio en su instituto. En ellos aparecía la información de una manera sutil, ya que aparecía la palabra “gratificación” y no pago. Ese juego del lenguaje a ella le resultaba chocante, pero decidió dar el paso porque lo consideraba como una manera de ayudar a pagar sus estudios que podía compaginar con otros trabajos, era como un extra. Aparte de ayudar a otras personas, ganaba un dinero extra.
Para iniciar el proceso no tuvo una evaluación y seguimiento psicológicos como tales, sino una charla con la que imagina que era una psicóloga para ver si era apta para la donación, pero sin profundizar en cómo le podría afectar a largo plazo.
A las citas prefería ir sola por decisión propia, ya que es una persona muy independiente, pero, por recomendación de la clínica, a la punción sí iba acompañada.
Algo que le incomodaba de las citas era que en su clínica compartía sala de espera con el resto de pacientes y posibles receptoras. Por edad era evidente que ella era donante y siempre se cuestionaba cómo su presencia podría hacer sentir a las mujeres que tuviesen que recibir ovocitos donados. Pensaba que quizás pudiera ser una situación dura para ellas.
Una vez terminado el proceso, nunca le dieron información ni de óvulos recuperados, ni maduros. Sólo después, al vivir su propio tratamiento, necesitó recopilar información y pudo obtener alguna.
Donó 6 veces en total, pero de las dos primeras no le dieron ninguna información por motivos que no vienen al caso.
En las donaciones de la que pudo tener datos supo que se obtuvieron de 34 a 65 óvulos, de los que fueron maduros de 28 a 56.
Al menos una o dos veces fueron transferencia en fresco y el resto fue para banco.
No supo nada sobre la receptora, si fecundaron los óvulos, cómo evolucionaron, ni si alguno llegó a término. Ni siquiera posteriormente cuando se dirigió a ellos de cara a su propio tratamiento, debido a la ley vigente que garantiza el anonimato en ambos sentidos.
Le explicaban cómo administrar la medicación, pero en su propio tratamiento lo hicieron con más detenimento.
Volviendo atrás le quedan cortas las explicaciones de aquellos momentos.
Cuando pasaba un tiempo y podía volver a donar, contaban con ella y volvía a hacerlo porque se sentía cómoda y bien tratada, además de sentir que estaba ayudando.
Siempre se cuidó mucho y siguió todas las recomendaciones, pero aún así, en la última punción, en la que obtuvieron 65 ovocitos, estuvo 3 días vomitando y tuvo que ingresar deshidratada. En ese momento en el que vio que su cuerpo se resentía decidió, lógicamente, que no iba a repetir la experiencia.
Las diferencias que encuentra con respecto a su propio proceso de FIV para ser madre fueron más a nivel mental y emocional, ya que consiguió implicarse más y ser mucho más consciente de todo el proceso: Se informó a fondo de la importancia de cada paso, de lo que suponía para su cuerpo y lo que podría salir mal.
Fue más proactiva por la edad que tenía en cada etapa y también por el objetivo final diferente de cada una, ya que querer ser madre hace que todo cobre más relevancia y te impliques emocionalmente con el deseo de que todo salga bien.
En principio fue una experiencia positiva: era joven y su cuerpo se recuperaba sin dificultad, salvo en la ultima donación, pero tras su propia FIV, sintió que habían abusado de ella: Sospecha que le habrían administrado más medicación para sacar más óvulos y que la estimularon de más. Teme que todo ello pudiese desencadenar su problema de ovario poliquístico, problema que no dio la cara hasta la cuarta estimulación.
Hasta entonces conseguía unos 30 óvulos (también ése era el número aproximado conseguido posteriormente en su propia FIV) y pasó a casi el doble.
Además le dijeron que tener ovario poliquístico le iba a permitir quedarse embarazada en cuanto quisiera. Luego, al descubrir que para nada era algo bueno para su fertilidad, (sino para ellos, que en una estimulación conseguían muchos óvulos) se sintió engañada.
Aunque siempre se había sentido muy orgullosa de haber sido donante, la infertilidad convirtió algo bonito en algo con muchas aristas, y tuvo sentimientos encontrados al respecto porque se sentía culpable ante la posibilidad de que fuese la causa de sus problemas de fertilidad en la actualidad.
Si hubiese tenido la información que tiene hoy, no lo volvería a hacer, o al menos no en esa clínica, en esas condiciones ni tantas veces.
En el caso de que se levantase el anonimato no le importaría personalmente. Su única preocupación iría enfocada por el posible malestar que ello pudiera provocar en las personas que han recibido sus óvulos.
Tiene curiosidad por saber si nacieron bebés gracias a sus donaciones, pero no porque los considere propios ni mucho menos: son, según sus propias palabras, hijos de quienes los crían, los miman y los cuidan.
Ella siente que sólo hizo un regalo en ese momento, pero le gustaría saber si todo sirvió de algo. Si hizo feliz a alguien.
No le importaría conocerlos, siempre que a la otra parte no le afectara. Psicológicamente se encuentra preparada y si fuese de una forma adecuada sin que nadie se sienta mal, estaría dispuesta, porque cree que todo el mundo tiene derecho y merece saber de dónde viene.
Piensa que podría ser bonito si cada uno sabe el lugar que ocupa.
Cuando alguien le decía, al contar que había donado, que tenía hijos por ahí, ella decía claramente que no eran sus hijos, sino de quienes los cuidan.
Piensa que ya en la barriga de mami los bebés empiezan a recibir de ella y cuando nacen cogen gestos, rutinas… y se parecen a sus padres tanto que si no se dice que se es receptora de ovocitos donados, nadie se lo cuestionaría.
“Mi hija es solamente la que tengo en mi barriga” asegura. (Actualizo para contar que cuando le pasé el borrador para comprobar si se sentía reflejada en la presente publicación, me dio la noticia de que ya había dado a luz)
Como conclusión, reflexiona sobre qué habría cambiado, para haber mejorado su experiencia:
- Haber recibido información más detallada de cada fase del proceso para personas que no tienen conocimientos de reproducción asistida y qué finalidad tendría cada tipo de medicación para tomar la decisión con información más certera.
- Un seguimiento psicológico durante el proceso y después, tanto para donante como para receptora, y también revisiones médicas posteriores.
- Haber recibido la información de ovocitos recuperados y maduros en su momento después de cada donación, cosa que en otras clínicas sí sucedía.
- Salas de espera independientes para que no se produjesen situaciones incómodas.
- Añado que cuiden mucho la parte ética y mediquen lo justo para obtener un número de óvulos razonable para evitar problemas de hiperestimulación en las donantes, en la medida de lo posible.
Para la inmensa mayoría de receptoras es muy importante saber que no se comenten abusos con nuestras donantes y que las tratan con el mayor mimo y respeto.
Además creo que si las clínicas no actúan de una manera honesta a la larga es tirarse piedras sobre su propio tejado, porque el boca a boca puede funcionar para que tengan más dificultad para encontrar donantes.
Por suerte creo que las clínicas actualmente intentan mejorar y ojalá este pequeño grano de arena sirva para que evalúen sus procedimientos y vean si actúan correctamente o si tienen aspectos que replantearse.
Para terminar, Jessica quiere que se entienda que fue cuando todo se complicó para su propia maternidad cuando todo tomó un cariz más feo.
Quizás al principio se arrepintiese más ante la incertidumbre de si podría conseguir ser madre y ante la dureza de todo lo que estaba viviendo transitando la infertilidad, pero ahora, que ya tiene a su hija en brazos (“lo que más quiero en el mundo”) le vuelve a reconfortar porque sabe que la alegría que siente la ha podido sentir la mujer receptora de sus óvulos y es la parte que le hace sentir bien de todo este tema.
Espero que te haya resultado interesante y pueda ayudar a alguien el que cuente su vivencia, razón por la que las dos hemos querido hacerlo.
Gracias por estar siempre ahí,
Nube.